martes, 22 de marzo de 2011

Una de las aventuras de Odiseo.

Entretanto la sólida nave en su curso ligero
se enfrentó a las Sirenas: un soplo feliz la impelía
mas de pronto cesó aquella brisa, una calma profunda
se sintió alrededor: algún dios alisaba las olas.
Levantáronse entonces mis hombres, plegaron la vela,
la dejaron caer al fondo del barco y, sentándose al remo,
blanqueaban de espumas el mar con las palas pulidas.
Yo entretanto cogí el bronce agudo, corté un pan de cera
y, partiéndolo en trozos pequeños, los fui pellizcando
con mi mano robusta: ablandáronse pronto, que eran
poderosos mis dedos y el fuego del sol de lo alto.
Uno a uno a mis hombres con ellos tapé los oídos
y, a su vez, me ataron de piernas y manos
en el mástil, derecho, con fuertes maromas y, luego,
a azotar con los remos volvieron al mar espumante.
Ya distaba la costa no más que el alcance de un grito
y la nave crucera volaba, mas bien percibieron
las Sirenas su paso y alzaron su canto sonoro:
"Llega acá, de los dánaos honor, gloriosísimo Ulises,
de tu marcha refrena el ardor para oír nuestro canto,
porque nadie en su negro bajel pasa aquí sin que atienda
a esta voz que en dulzores de miel de los labios nos fluye.
Quien la escucha contento se va conociendo mil cosas:
los trabajos sabemos que allá por la Tróade y sus campos
de los dioses impuso el poder a troyanos y argivos
y aún aquello que ocurre doquier en la tierra fecunda".
Tal decían exhalando dulcísima voz y en mi pecho
yo anhelaba escucharlas. Frunciendo mis cejas mandaba
a mis hombres soltar mi atadura; bogaban doblados
contra el remo y en pie Perimedes y Euríloco, echando
sobre mí nuevas cuerdas, forzaban cruelmente sus nudos.
Cuando al fin las dejamos atrás y no más se escuchaba
voz alguna o canción de Sirenas, mis fieles amigos
se sacaron la cera que yo en sus oídos había
colocado al venir y libráronme a mí de mis lazos. 
"

jueves, 3 de marzo de 2011

Troya ardió.

Allí nos encontrábamos en la arenosa playa de Troya, frente a la gran muralla que parecía indestructible, más fuerte que cualquier soldado bien armado. Tenía un color ya muy desgastado debido a las miles de flechas que habían chocado contra ella y habían dejado su pequeña huella. Teníamos que pensar algo para ganar aquella batalla, pero no sabíamos que hacer. Algunas tardes nos dábamos un pequeño baño en las claras aguas del mar para refrescar nuestras ideas. Hasta que un día Odiseo ideó el ataque definitivo, la construcción de un gran caballo de madera donde nos escondimos. Los troyanos aceptaron nuestro regalo y fueron asesinados mientras se encotraban ebrios, murieron casi todos. Quemamos Troya y con ella la muralla, no podíamos creerlo. Fuimos más fuertes que ella.